Resumen cinematográfico del año 2012 (I)


*Podéis escuchar nuestro resumen del año y el análisis de nuestros expertos sobre el cine de 2012 en el Especial Lo mejor de 2012 de Cine L'Atalante

Si los mayas hubiesen tenido razón, este debería haber sido el último año en el que habríamos podido hablar de cine. La milenaria profecía ha estado presente en todas las conversaciones, chistes y chascarrillos más o menos serios. Y de paso ha servido para convertirse en leitmotiv de algunos festivales o para aumentar el filón del cine apocalíptico en las siempre perezosas programaciones de televisión.

Eso sí, alguno dirá que tal y como está el mundo, lo mejor es que se acabe de una maldita vez. Y si puede ser a lo grande, devorado por un planeta lánguido y gigantesco como en la Melancholia de Lars von Trier, pues mejor que mejor. Tantos años viendo en el cine catástrofes naturales, terremotos, meteoritos, invasiones extraterrestres, invasiones zombies o invasiones zombies y extraterrestres nos han dejado un poco inmunizados. Pero lo más curioso de todo es que lo último que pensábamos que estaría cerca de acabar con el planeta sería una crisis económica global, donde las naves espaciales y los tsunamis se sustituyen por las oscilaciones de la bolsa, la subida de la prima de riesgo y las hipotecas subprime. ¿Hay algo menos cinematográfico que eso, maldita sea?. Aún así, hubo algunos avispados que sacaron tajada. El año empezó con el relato ficcionado del origen de la crisis financiera de Margin Call, y se cierra con la lúcida visión de un cineasta tan comprometido como Costa-Gavras en El capital. Entre medias, la realidad nos ha golpeado con puño de hierro, pero el cine ha cumplido su atávico cometido de distraer a las masas para que no sepan bien de donde les viene el sopapo.

Porque la crisis impregna todo el 2012, pero en el cine se deja notar un poco menos, no sabemos si por ingeniería financiera o por esa capacidad de prestidigitación de los grandes estudios, sabedores de que el público está esperando el próximo blockbuster como el maná que les llueve del cielo y les aparta por unas horas de sus problemas. Esto quizá explique que dos de las películas estrenadas este año hayan entrado en el top ten de las más taquilleras de la historia, y que su recaudación haya superado con creces la de las películas más exitosas de años anteriores. Sin duda, este ha sido de Los Vengadores, ese combo de superhéroes servido por Joss Whedon y que ha hecho las delicias del público y de gran parte de la crítica. Sus más de 1.500 millones de dólares de recaudación la colocan como la tercera más taquillera de la historia, sólo por detrás de las cameronianas Avatar y Titanic. El otro gran triunfador del año ha sido Christopher Nolan y su Caballero oscuro, cuyo cierre de trilogía se ha traducido en más de 1.000 millones, convirtiéndose en la séptima en recaudación histórica. Por detrás de ellas, otros tres productos destinados al público adolescente como Los juegos del hambre, The Amazing Spider-Man y Amanecer: Parte 2. Es decir, nada nuevo bajo el sol. La supervivencia de la industria del cine sigue dependiendo de un target de público muy determinado: los jóvenes que gastan su paga semanal en ir al cine. Por eso, el riesgo que se asume es mínimo, y todo lo que se salga de secuelas, precuelas, remakes, reboots o adaptaciones de best-sellers juveniles está condenado al fracaso.

La única excepción, al menos en nuestro país, ha sido Lo imposible. La película de Juan Antonio Bayona ha reventado todos los records de la taquilla española, pulverizando unos registros que la saga Torrente ni siquiera soñaría. El experimento de juntar a unos actores internacionales con tirón, unos efectos especiales bien trabajados y una historia lacrimógena hasta decir basta pero que empatiza con el público ha salido a la perfección, y desde ahora Bayona es la gran esperanza blanca de una industria como la española que, por otro lado, sigue viviendo a la sombra de las grandes producciones estadounidenses y que sólo ofrece algún rayo de esperanza con películas que explotan el fandom adolescente traspasado desde las series de TV (como en Tengo ganas de ti) o en absolutas sorpresas puntuales como la cinta de animación Las aventuras de Tadeo Jones.

Con este panorama, con las salas de cine copadas por segundas, terceras o sextas partes, encontrar buen cine fuera de lo mainstream sigue siendo tarea complicada, sólo llevada a cabo por paladares exigentes. Por eso, una buena manera de encontrar películas diferentes sigue estando en los festivales, el último reducto de resistencia (aunque cada vez menos) de un cine que se aferra a la calidad artística antes que al rendimiento en taquilla. Empezando por el festival de festivales, el glamouroso Cannes, allí el triunfador ha sido un habitual de la costa azul como Michael Haneke, cuya maravillosa Amour, un emocionante relato crepuscular sobre el amor en una pareja en sus últimos días en el mundo, le ha dado al austríaco su segunda Palma de Oro en tres años.


Con un poco de suerte, el Amour de Haneke coincidirá en nuestros cines con The Master, la cinta del siempre estimulante Paul Thomas Anderson que fue una de las destacadas en el Festival de Venecia. Con unas interpretaciones magistrales de Philip Seymour Hoffman y un recuperado Joaquin Phoenix, The Master promete ser uno de los films más destacados de 2013 y serio candidato a los Oscars. Volviendo a Venecia, allí el León de Oro fue para Pietà de Kim Ki-duk, un premio recibido con división de opiniones y con hostilidad por quienes vieron en la película una obra menor del autor de La isla o Hierro 3. Pero qué sería de los festivales sin un poco de polémica y sin sospechas de favoritismos entre los miembros del jurado. Como en el Balón de Oro, pero con menos repercusión mediática.

En Berlín, el más arriesgado y diferente de los grandes festivales europeos, los grandes triunfadores fueron los hermanos Taviani y su César debe morir, una impresionante visión sobre la creación artística y la condición humana a través de la representación del Julio Cesar de Shakespeare por parte de los presos de una cárcel de máxima seguridad. Como era de esperar, la película ya se ha estrenado y ha pasado con la consabida indiferencia por la taquilla, otro síntoma más de los problemas que este tipo de productos tienen para encontrar su público lejos de los círculos cinéfilos.

En nuestro país, dos franceses han copado todos los elogios en los festivales de San Sebastián y Sitges. François Ozon se hizo con la Concha de Oro gracias a En la casa, un ejercicio de estilo que explora los límites entre realidad y ficción, y en Sitges, Leos Carax fue el más aclamado tras el triunfo de Holy Motors, una película complicada y de múltiples lecturas, pero que pudo seducir al jurado de un festival que cada año se desprende un poco más de la etiqueta de terror y fantástico y abre el abanico a propuestas más eclécticas. 




CONTINUARÁ...



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