El Remake: Kurosawa vs. Leone


La historia del cine está repleta de guiños, homenajes, reelaboraciones y reinterpretaciones de rasgos estilísticos de grandes directores por parte de aquellos que les sucedieron. Podemos decir, incluso, que esto permite la actualización de estos estilemas a cada una de las épocas y, por tanto, el avance del arte cinematográfico. Eso sí, una cosa es inspirarte en el modo de hacer cine de un director en concreto y otra muy distinta copiar descaradamente una idea o un argumento. O, peor aún, no hacerlo y no reconocerlo.

Por eso es una suerte contar en nuestro equipo con alguien tan avispado como Guillermo Rodríguez, siempre pendiente de encontrar los casos más jugosos de copias reconocidas y plagios ocultos dentro de la vasta historia del cine, y traernos sus historias en la sección El Remake. En el programa de Cine L'Atalante 1x07, Guillermo nos recordó una situación muy llamativa aunque poco conocida, y que tiene como protagonistas a dos de los mejores directores de la historia del cine.

Nuestra historia comienza en 1961. En ese año Akira Kurosawa escribe, junto a Ryûzô Kikushima, el guión de Yojimbo, que también se encarga de dirigir. Kurosawa era por aquel entonces un director conocido fuera de su Japón natal, gracias al éxito de films como Rashomon (1950) y sobretodo Los siete samuráis (1954), películas que por cierto también tuvieron sus correspondientes remakes. Pero volviendo a Yojimbo, la cinta narra la llegada de un samurái apátrida y anónimo (magistralmente interpretado por Toshiro Mifune, actor fetiche de Kurosawa) a un pequeño pueblo en el que dos facciones enfrentadas luchan por el control territorial. El samurái consigue, gracias a su inteligencia y su instinto, moverse entre los dos bandos para fomentar el conflicto y sacar tajada económica para su propio beneficio.


Avanzamos ahora unos pocos años y viajamos desde el lejano oriente hasta la vieja Europa. Allí, en Italia, se estrena la segunda película de un realizador completamente desconocido que hasta entonces había trabajado como director de segunda unidad y en productos de cine histórico de medio pelo. Su segunda película cuenta además con un protagonista americano, poco conocido en su país y absolutamente anónimo fuera de él, y con la música de un compositor cuyo nombre no le suena a casi nadie. El film al que nos referimos lleva por título Por un puñado de dólares (1964), está dirigido por Sergio Leone, protagonizado por Clint Eastwood y la banda sonora corre a cargo de Ennio Morricone, curiosamente compañero de pupitre de Leone en la infancia.

Por ese azar que a veces convierte la historia en algo maravilloso, Por un puñado de dólares tuvo un éxito inesperado. La película estaba destinada a ser uno más de los proyectos de western italiano de tercera fila (y que la historiografía bautizó después como spaghetti western) destinado a completar alguna sesión doble polvorienta y olvidable en cines de mala muerte. Sin embargo, este film tenía algo que lo hacía completamente diferente, ya sea la interpretación hierática pero carismática de Eastwood, la concepción del plano y la violencia de Leone o la ambientación musical tan particular de Morricone. El caso es que la película se convirtió en todo un fenómeno, y aún hoy es uno de los films más rentables de la historia en cuanto a proporción entre coste y recaudación.

Lógicamente, el hecho de que la película fuera más conocida de lo esperado hizo que su éxito llegara a oídos del propio Kurosawa, quien tuvo la sospecha de que Leone le había copiado. Y no le faltaba razón, porque Por un puñado de dólares cuenta la llegada de un pistolero sin nombre a un pueblo del far west (del far west de Almería, se entiende) en el que hay dos familiar enfrentadas, los Rojo y los Baxter, una situación de la que se aprovecha este pistolero para sacar beneficio oscilando entre los dos bandos. Es decir, una situación calcada a la de Yojimbo aunque cambiando las espadas por revólveres y el kimono de samurái por el poncho raído de Eastwood. 

Nada hubiera pasado si Leone hubiera reconocido la evidencia, pero el orgulloso director italiano negó la mayor, y Kurosawa se vio obligado a denunciar el plagio por los cauces legales. Lógicamente se reconoció que Por un puñado de dólares es una copia de Yojimbo, y Leone fue multado y perdió los derechos de exhibición de su película en Japón, Corea y Taiwan. Eso sí, el incidente no perjudicó la carrera de ninguno de los dos. Kurosawa siguió haciendo obras maestras hasta su muerte y Leone pudo completar la trilogía del dólar con La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966), convirtiéndose en uno de los realizadores más innovadores de la segunda mitad del siglo XX. Y aún hoy en día, cuesta quedarse con alguna de estas dos películas maravillosas.






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