*Podéis escuchar nuestro resumen del año y el análisis de nuestros expertos sobre el cine de 2012 en el Especial Lo mejor de 2012 de Cine L'Atalante
Como
suele ser habitual, los estrenos más destacados del año se producen a partir de la
llegada del buen tiempo, y por ello los meses invernales se reservan para
premiar lo más importante de la temporada anterior. Febrero, por supuesto, es
el mes de los Oscars, este año más nostálgicos que nunca. La gran triunfadora
fue la francesa The Artist, una
producción pensada para rendir tributo al cine silente de los años 20. La
música de Ludovic Bource y el
carisma innegable de Jean Dujardin
sedujeron a los académicos, convirtiendo a la película en uno de los mayores
fenómenos de los últimos tiempos. Y si The
Artist homenajea el cine mudo, La
invención de Hugo se remonta todavía más atrás, a los tiempos en los que Georges Méliès estaba inventando el
cine como espectáculo que conocemos hoy en día, a través del doble relato de la
infancia planteado por Martin Scorsese.
La infancia de un niño huérfano que busca descubrir el último secreto de su padre
y la infancia del propio cine, que por entonces ensayaba la capacidad de
fascinación de la que desde ese momento ha hecho gala.
En
España, la alfombra roja de los Goya celebró la 26ª edición de los premios de
un cine en permanente crisis, y donde sus máximos mandatarios siguen enrocados
en un modelo en vías de extinción y que difícilmente atrae al público a las
salas. Por fortuna, lo que salió de los Goya fue una reivindicación del cine de
género, algo que por estas latitudes es toda una noticia. Enrique Urbizu y No habrá paz
para los malvados cortaron las principales orejas de una ceremonia que supone
un toque de atención para todos aquellos que piensan que no puede hacerse buen thriller y policíaco en nuestro país.
Como
decíamos antes, con la llegada de la primavera las salas de cine empiezan a
desperezarse y a acoger estrenos interesantes. En abril llegaron dos proyectos
revientataquillas como Los juegos del
hambre y Los Vengadores. La
primera, adaptación del best-seller
juvenil de Suzanne Collins, que
cubre el hueco dejado por la ya finiquitada saga de Harry Potter y que, como esta, está llamada a copar el box office con las próximas entregas y a
catapultar la carrera de Jennifer
Lawrence. Los vengadores, por su
parte, junta en un mismo film a los superhéroes más carismáticos de la Marvel,
una fórmula del cuanto más mejor que
le ha salido redonda a los estudios Walt Disney. Unos estudios que, por cierto,
han estado en boca de todos este año también por el estrepitoso fracaso de John Carter (que casi hunde la compañía)
y sobretodo por la noticia de la adquisición de Lucasfilm y el próximo
lanzamiento de una nueva trilogía disneyana
de Star Wars, para mayor gloria
económica de George Lucas y escarnio
de los fans de la saga galáctica más famosa.
Entre
tanto blockbuster primaveral, fue un
placer encontrar la peculiar sensibilidad de Wes Anderson y su Moonrise
Kingdom, otra entrega del particular universo naif y sarcástico del creador
de Los Tenenbaums y Life Aquatic. Moonrise Kingdom coincidió en taquilla con Sombras tenebrosas, la primera de las dos películas de Tim Burton que se han estrenado este
año (la otra es Frankenweenie), pero
en las que ni la presencia (otra vez) de Johnny
Depp sirve para recuperar la mejor esencia del director de Eduardo Manostijeras.
En
verano llegó el que debía ser el estreno de estrenos de 2012. Christopher Nolan cerraba su
pantagruélica trilogía de Batman con El
caballero oscuro: La leyenda renace, el último acto de esa ópera sobre la
condición del héroe que ha elevado a Nolan a los altares del blockbuster de autor. Un reparto de
lujo, un guión ambicioso y toda la parafernalia de marketing de la Warner al
servicio de un producto que, aunque abrumador en su propuesta visual y
destinado a perdurar como ejemplo de cómo debe ser el cine de superhéroes, en
nuestra opinión queda ligeramente por debajo de su anterior entrega, esa en la
que el Joker de Heath Ledger se
llevaba todo el protagonismo.
Y si
DC Comics es Batman, Marvel es Spider-Man. Ya sin la batuta de Sam Raimi, la franquicia del
hombre-araña se reinventó a sí misma y plasmó a un héroe adolescente, más
preocupado de saber sus propios orígenes que de salvar al mundo del villano de
turno. Otro proyecto ambicioso ha sido el de Prometheus, el regreso de Ridley
Scott al universo Alien, un
regreso que no parece haber tenido entre el público la acogida que se esperaba.
También llegó en agosto Brave, la
última propuesta de los estudios Pixar, que dan una lección de imaginación y
despliegue visual en cada película que hacen, y en septiembre la ineludible
cita anual de Woody Allen con sus
espectadores, como si de una visita al urólogo se tratase. Después de Londres,
Barcelona y París, el neoyorquino más famoso sigue enamorado de la vieja
Europa, y en A Roma con amor vuelve a
cruzar varias historias de amor, infidelidad y angustia existencial en el marco
incomparable de la ciudad eterna.
El
final del año nos ha traído el regreso al camino de la calidad de la saga Bond,
algo perdida tras la mediocre Quantum of
Solace pero que con Skyfall ha
vuelto por sus fueros, con un Daniel
Craig aportando su fachada de tipo duro pero con sentimientos y con un Javier Bardem bordándolo de nuevo como
malvado de la función. En estos últimos meses también se ha cerrado la saga Crepúsculo con Amanecer: Parte 2, el final de una franquicia que deja huérfanos de
cine a millones de seguidores en todo el mundo, una buena cantidad en la cuenta
corriente de Stephenie Meyer y a Kristen Stewart y Robert Pattinson convertidos para siempre en la pareja de vampiros
más lánguida y meliflua de todos los tiempos. De poco le servirá a Pattinson
para quitarse la etiqueta de Edward Cullen su aparición en Cosmopolis, porque aunque la cinta de David Cronenberg es una de las más interesantes y reveladoras del
año, su fugaz paso por la taquilla la ha hecho inaccesible para el gran
público.
Y es
que son tiempos difíciles para el cine, a pesar de lo que pueda parecer por las
cifras de recaudación y los presupuestos de algunos proyectos. El margen de
innovación es mínimo, y se prefiere la seguridad de una franquicia ya
consolidada al riesgo de una idea nueva. Pese a todo, hemos podido disfrutar de
películas pequeñas pero maravillosas, desde Moonrise
Kingdom y Cosmopolis hasta Mátalos suavemente o Holy Motors, pasando por Argo y The Deep Blue Sea. Y eso no es todo, porque todavía antes de que acabara el año hemos podido ver
cómo Peter Jackson explota su
particular gallina de los huevos de oro con la primera parte de la trilogía de El Hobbit, y ya no queda nada para asistir a
la adaptación al musical de la gran novela de Victor Hugo Los miserables
o sumergirnos en el género del western
con el sello de Quentin Tarantino en
Django desencadenado. Y es que, por
fortuna, y esto también pasa en el peor cine de catástrofes, siempre hay un
rayo de esperanza que nos hace ver el futuro con optimismo.